Por Hugo Santiago Sánchez

Varias leyendas se cuentan en torno al Panteón del Huerto, una de ellas hace alusión a la pequeña puerta de salida que existe en la calle Arista, donde dicen que desde hace más de un siglo se aparece una gran serpiente, del grosor de la estatura un niño.

Platican que por su avanzada edad, a dicha criatura le han salido un par de alas y su grueso cuerpo escamoso, se ha llenado de plumas. Además de que en raras ocasiones sale a asolearse, porque la mayor parte del tiempo se la pasa bajo tierra.

Dice la leyenda que hace algunos años vivía cerca del Panteón, una amable señora que tenía por desfortuna la viudez y un hijo en edad de la adolescencia, que por su holgazanería la hacía sacar canas verdes.

Para mantenerse, la abnegada madre lavaba ropa ajena, mientras que el muchacho consumía sus horas vagando por las vías o escondiéndose adentro del panteón; donde gustaba de recostarse entre las tumbas, sin ningún temor, a la sombra de la barda que circunda el lugar.

Uno de esos días en que el sol más que calentar, quema la piel y el sueño empieza a vencer los parpados, el muchacho se escondió en el cementerio, para no ayudarle a su mamá con unas pesadas cargas de ropa, que la señora fregaba con gran trabajo en el lavadero.

Sentado en el suelo, el joven se rascaba la barriga junto a las tumbas, cuando empezó a bostezar; dicen que ya estaba cerrando los ojos y acomodándose para tomar la siesta, cuando en la espalda sintió una especie de tubo que avanzó rápidamente. Volteó la cabeza todavía con pereza y lo que vieron sus ojos le espantó hasta el sueño.

Se trataba de la enorme culebra que serpenteaba cerca de la pequeña puerta, su cuerpo accidentalmente había rosado la espalda del muchacho. Era negra, escamosa y vieja, tenía plumas verdes mal distribuidas en todo su gordo cuerpo, mientras que su alargada panza era una repugnante costra curtida por la tierra.

Atrás, algo abajo de su cabeza, el monstruoso ser tenía dos pequeñas alas que se replegaban entre sí, mientras que de su espantoso hocico salían unos puntiagudos colmillos. Al contemplar tan horrible aparición, el muchacho salió corriendo rumbo a su casa, donde llorando y abrazado a su madre, juró ayudarla en su trabajo y nunca más holgazanear.