Por Hugo Santiago Sánchez

Según una relación puntual, en el Panteón de El Huerto de Tula de Allende, existen 1 mil 649 tumbas, que no representan el mismo número de personas enterradas, pues existen criptas familiares o sepulturas donde están enterradas una o varias personas.

Una de esas criptas es la de Luis Romero Carrasco, un veinteañero a quién los periódicos de la época bautizaron como La Fiera Humana; pues la mañana del 17 de abril de 1929, bajo la influencia de la marihuana, asesinó a una pareja, sus sirvientes y hasta al perico, pues temía que el animal lo fuera a delatar, porque sabía repetir su nombre de pila.

En el domicilio marcado con el número 37 de la Calle Matamoros, en la colonia Peralvillo de la Ciudad de México, Luis Romero asesinó a su tío Félix Tito Basurto, con un tubo de metal y un cuchillo. El joven estaba cansado de las recomendaciones que su pariente le hacía a su padre, para que lo metiera a un manicomio, pues tenía una seria adicción a la marihuana y al dinero ajeno.

No conforme con esto, La Fiera Humana también asesinó con los mismos instrumentos a su tía, Jovita Velasco Banet, que se encontraba en la planta alta de la casa. Igualmente a la cocinera de 60 años, María de la Luz Laguna, y a la muchacha del servicio doméstico, María de Jesús Miranda, quien apenas contaba con la edad de 10 años. A ellas también las cosió a puñaladas.

Para su desfortuna, las tres víctimas alcanzaron a escuchar los golpes y puñaladas que Romero Carrasco asestó a don Félix Tito Basurto; quién además de su tío, era socio con su padre en varias pulquerías de la Capital de la República: La Nave, La Noche Triste, El Beso de la Niña y La Lechuza.

Para hacer parecer que el crimen ocurrió en un robo, La Fiera Humana amarró los pies y manos del cuerpo de su tía con una sábana y una media, tomó todos los objetos de valor que encontró en la casa, los metió a una maleta y se dio a la fuga. Antes, torció el cuello al perico que la pareja tenía por mascota.

Tras diferentes pesquisas, pocos días después, el asesino cayó ante las autoridades policiacas mientras bebía plácidamente un litro de pulque; los investigadores confirmaron su participación en los cruentos hechos, por sus huellas dactilares. Las cuales coincidieron con las localizadas en el cuchillo ensangrentado, que olvidó en el lugar de la tragedia.

Finalmente el joven confeso detalle a detalle, con completa tranquilidad, lo que esa mañana ocurrió en la calle de Matamoros. Señaló que había matado a su tío por rencor y porque no dejaba prosperar a su padre en los negocios, y a las otras víctimas por haberlo reconocido.

Recluido en la Cárcel de Belén, el asesino hizo lo inaudito. Con la complicidad de otros presos y guardias, se fugó amparado por la obscuridad de la noche. La mañana del primero de julio, su celda amaneció vacía. Inmediatamente comenzaron las pesquisas y se ofreció una recompensa de 1 mil pesos por el prófugo, una fortuna para la época.

Asimismo se alertó a la población que quien ayudara a La Fiera Humana, recibiría 10 años de prisión. Tras una línea de investigación que apuntaba al domicilio donde llegaban cartas a nombre de Luis Romero, la policía logró reaprenderlo el 24 de julio, en el número 70 de la calle Juan Cano. Antes, se dice que se escondió con unos parientes que tenía en el municipio de Huichapan.

El 6 de agosto tras un juicio de 20 horas, Luis Romero fue sentenciado a la pena de muerte por el Jurado Popular (una figura jurídica que apareció y culminó en 1929). El dictamen ocurrió ante la presencia de cientos de curiosos, que si no habían entrado en el juzgado, permanecían afuera del Palacio Penal de Belén.

Sin embargo tras muchas apelaciones, amparos y hasta una negada solicitud de indulto presidencial, finalmente un juez conmutó la condena máxima, por 20 años de prisión.

Luego fue trasladado a la cárcel de Lecumberri, donde lo conoció el pintor David Alfaro Siqueiros, quien contó al periodista Julio Scherer, que Luis Romero era un joven inteligente, que aprendía rápido las cosas y que por ser bien parecido, no pocas mujeres acudían a la penitenciaria para verlo, aunque fuera de lejos.

Romero Carrasco permaneció preso en la Cárcel de Lecumberri hasta la madrugada del 18 de marzo de 1932, cuando junto con otros reos, fue trasladado en tren rumbo a las Islas Marías.

La versión oficial dice que en el tren en que se conducía a los presos, al famoso asesino ocupaba un convoy especial, vigilado por el jefe de la escolta, el coronel Juan Vega Silva. Éste afirmó que, al pasar por Huehuetoca, Romero intentó fugarse por una ventanilla, al hacer uso del excusado.

En ese momento fue sorprendido por el guardia, a quién intentó agredir con una chaveta y quien se defendió disparándole un balazo. Uno sólo, que fue el que le cegó la vida.

Aunque hay rumores que afirman que la máquina se detuvo en un paraje desierto y los guardias que custodiaban a La Fiera Humana, le abrieron la puerta. Le dijeron que era libre, que se fuera corriendo. Cuando ya habían avanzado los primeros metros, lo asesinaron a balazos. Cuentan que le aplicaron la Ley Fuga.

Los restos de Luis Romero Carrasco se encuentran en una tumba olvidada por el tiempo, hace muchas décadas que nadie de su familia la ha visitado; en la lápida no muy claramente se alcanzan a distinguir las letras de una inscripción que mando a poner su madre: Ojalá que Dios te perdone.